"La ciudad y el territorio", por José Laborda Yneva
Zaragoza, vista general. Foto pueblos de españa org. En consonancia con nuestras inquietudes, reproducimos hoy el artículo publicado por Heraldo de Aragón en su edición de 15 de mayo del 2008 (suplemento Artes&Letras, Arquitectura), sobre la regulación del crecimiento urbano. Continuamos hoy nuestro recorrido por algunos modelos de ciudades inexpertas, que acaso suponen que su falta de previsión no acabará redundando en graves o gravísimas disfunciones urbanas de todo género. Seguramente no cabe culpar completamente a esas ciudades de su osada persistencia en el error, también nuestro ambiente es inexperto en muchos de sus actos esenciales. ¿Cómo van a ser las ciudades contemporáneas una excepción ante la insistente tendencia de huir hacia ninguna parte que ha demostrado con creces la economía capitalista? Sería muy largo enumerar la suma de incoherencias que nos hemos acostumbrado a tolerar, sin apenas darnos cuenta de que la manipulación del consumo ignora conscientemente las consecuencias de sus actos de crecimiento indebido. Veamos lo que ocurre con la fabricación de automóviles, por ejemplo. Cada vez los coches son más potentes, sus materiales se agotan antes, necesitan vías más costosas y su presencia ocupa mayor espacio público. Todas esas circunstancias son arquitectura, condicionan directa o indirectamente la forma, extensión y enlaces de las ciudades, por no hablar de su desastroso y creciente componente de contaminación, acumulación de despojos y colapso circulatorio. Quienes gobiernan las cosas sabea eso, aunque hayan decidido ignorarlo en pro del consumo y, a cambio, promulguen leyes que tratan de controlar el comportamiento de quienes usan los artefactos cuya fabricación ellos mismos promueven. Podríamos suponer la inexperiencia de esos gobernantes; pero sería falso, no hay inexperiencia sino falta culpable de relación entre lo que es necesario para la gente y lo ofrecido por ellos para ser consumido.
Lo innecesario
Podríamos acaso extrapolar esa actitud contemporánea hacia lo innecesario, alentada por los gobernantes, y tratar de convertirla en arquitectura; sería un desastre, nos encontraríamos ante edificios en ruina inminente. Por eso, quienes dudan de la cordura de la arquitectura contemporánea, deben acaso reflexionar sobre la in-cordura social que sustenta esa arquitectura. Comprobarán enseguida que la arquitectura de nuestro tiempo es uno de los episodios más sensatos del dislate envolvente. Hemos decidido huir hacia adelante, no somos muchos quienes seguimos ese camino, podemos permitírnoslo todavía unos años. La ingente masa de quienes carecen de todo apenas nos inquieta, allá ellos, han tenido mala suerte, no pueden consumir, su deber es ser consumidos. Más aún, cuando los antes consumidos parecen despertar y, fascinados por el ejemplo de las minorías consumistas, deciden comenzar también a consumir, todo el mundo se pone muy nervioso, los alimentos esenciales suben, los suministros energéticos se resienten. No habrá para todos, el consumo no había contado con ellos como consumidores sino como consumidos.
Todo ese simpático caos incide en la ciudad, en su forma, en su tamaño, en sus expectativas. ¿Qué podrá ocurrir cuando ese otro modelo de ciudades inexpertas, del que les hablaba al principio, consiga de veras su objetivo de despoblar el territorio en el que se encuentran? ¿Cuáles serán entonces sus argumentos para justificar su crecimiento indebido?
La insensatez
Todo esto es una enorme insensatez, dirigida por insensatos y poblada de normas artificiosas e innaturales que acabarán destruyendo la concordia de esas otras ciudades inexpertas, de la misma forma que ellas destruyeron la naturalidad de la vida de su territorio. ¿Inexpertas? No me parece que ése sea el término apropiado para ellas, como tampoco lo es en el caso de las ciudades que saben que carecen de agua para seguir creciendo. Unas y otras, las ciudades sin agua y las que llaman con señuelos a la gente que no pueden atender, sin importarles que ese engaño contribuya eficazmente a la despoblación del territorio, no son inexpertas. Son egoístas, mendaces e insolidarias. Están acostumbradas a pensar tan sólo en sí mismas, en el interés de sus poderosos, practican la costumbre del engaño, les tiene sin cuidado cuanto pueda derivarse de la incoherencia de sus actos. ¿Cómo pueden reclamar atención o solidaridad esas ciudades, tras haber sido ellas egoístas, mendaces e insolidarias? Pues de la misma forma que quienes gobiernan piden mesura a los conductores de los coches que ellos fabrican, sin haberse molestado siquiera en pintar de vez en cuando las líneas de las carreteras que también ellos gobiernan. Un jaleo, ya ven.
José Laborda Yneva es arquitecto y colaborador habitual en Heraldo de Aragón en su sección Arquitectura.
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