Que no sepan que fuimos obreros
¿Por qué permiten que se llegue a estos extremos? La Casa Grande de Sestao. Tendemos a admirar las maravillas arquitectónicas que nos ofrecen los palacios de los grandes reyes europeos, los requiebros estilísticos de las residencias aristocráticas y la serena elegancia de las moradas burguesas. Todo ello es susceptible de una clasificación y de un análisis artístico. Todo ello es admirable por la grandeza de los espacios, la magnitud de las dimensiones y la riqueza de los materiales. Y nos interesa además porque son testimonio y reflejo de un determinado momento, de una sociedad concreta y de un modo de vida que ya no va a regresar y que es bueno conocer.
Igualmente nos interesan los más rudos castillos del pasado, las flamantes catedrales y las ornamentadas iglesias. Nos gustan los museos, los edificios públicos, las grandes avenidas y los amplios jardines.
Hay otro tipo de arquitectura, otro tipo de espacios, otro tipo de relación entre las cosas que obedece a parámetros menos “exquisitos” pero de igual interés. La arquitectura popular o la arquitectura industrial, o la “anodina” arquitectura moderna, ejemplificadas en numerosos tipos, y los espacios de la cotidianeidad o incluso del sufrimiento, merecen el desprecio casi unánime de las administraciones y de la sociedad. Son testimonios históricos de igual valor y merecen en algunos casos la misma admiración “artística”. A veces lo único que hace falta son ojos “sensibles”. Palomares, azucareras, cárceles, hornos, molinos, harineras, casas baratas, torres agrícolas, humildes moradas, acequias, silos, caminos, cañadas, lugares de esparcimiento obrero… generalmente no interesan. Construcciones de ladrillo, de tapial, de adobe, de madera, sufren como de costumbre.
En la Barcelona del diseño, por ejemplo, los testimonios de su pasado industrial han ido progresivamente desapareciendo, precisamente bajo la pompa mediática de la conservación del esplendor burgués del modernismo o del noucentismo. Viejas fábricas, viviendas obreras, plazas de encuentro libertario, salas de teatro alternativas, lugares de reflexión van progresivamente desapareciendo, sustituidos por “dinámicos” barrios de jóvenes “emprendedores” y empresas “tecnológicas” que aportan “valor añadido”. A todo esto lo suelen llamar los promotores y las administraciones “operaciones de saneamiento”, “acciones de rehabilitación”, “planes sectoriales de realojamiento”… Lo cuentan Josep Maria Montaner, Manuel Delgado u Horacio Capell, entre otros.
Debe de ser un objetivo de todas las administraciones, y de la sociedad en general, procurar las mejores condiciones de vida para todos los ciudadanos. Es evidente que hay lugares que no reúnen las condiciones de habitabilidad suficientes y que es necesario emprender acciones que remuevan justamente estos inconvenientes. Pero sucede muchas veces que la rehabilitación real de las viviendas históricas (casas baratas, arquitectura tradicional) es mucho más barata, mucho más apreciada por sus habitantes (que se resisten continuamente a los realojamientos), mucho más respetuosa con el tejido urbanístico y social, y mucho más favorable a los tradicionales moradores que las sustituciones por inmuebles que obedecen a acciones especulativas y afanes constructores. Véase el caso de las casas del Bon Pastor, en Barcelona también.
Y decimos todo esto porque un incendio ha destruido hoy uno de los edificios históricos de Sestao, el único testigo superviviente de la dureza de la vida obrera del área de Simondrogas. Edificio de pisos construido en 1892, la “Casa Grande” era un edificio emblemático de interesantes características constructivas y tipológicas que, de todas maneras, iba a ser derribada este mes de octubre. Afortunadamente, todos los habitantes habían sido ya desalojados y no hay que lamentar daños personales. Todo apunta a que el incendio ha sido intencionado. El inmueble fue habitado desde su construcción por familias humildes trabajadoras, que constituyeron durante décadas el alma de un paisaje que existió aunque algunos pretendan olvidarlo. Posteriormente fue habitado por familias gitanas y la zona (“degradada” lo llaman los políticos) había sido consciente e injustamente abandonada por las administraciones públicas. ¿Por qué? ¿Para qué? Probablemente para forzar, con grandes aplausos, lo que ahora se va a hacer: un “plan de regeneración” que incluye 1350 viviendas, 400 de ellas de precio libre y 950 de protección oficial. Un plan que da al traste con los últimos vestigios de un pasado real aunque para algunos incómodo. Un plan rubricado, paradójicamente, por el presidente de Izquierda Unida (Partido Comunista) en el País Vasco, por el Consejero de Vivienda y Asuntos Sociales del Gobierno Vasco, Javier Madrazo.
Claro que deben de procurarse las mejores condiciones de vida para todos. Pero desde APUDEPA apostamos por una ciudad compacta, de mestizaje entre clases económicas y usos y nos preguntamos si las operaciones de “regeneración” no pueden ser llevadas a cabo sin que medien intereses constructores y con el máximo respeto a los vestigios de un pasado que no debe de ser obstáculo para conseguir para todos unas justas condiciones de vida. El incendio se ha anticipado a la gran celebración por un Sestao “regenerado” y de “diseño”.
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Qué lástima me da -