"El memoricidio" por Rafael Argullol
Por su interés reproducimos en el Blog de APUDEPA el artículo “El memoricidio” del escritor, filósofo y catedrático de Humanidades en la Universitad Pompeu Fabra Rafael Argullol, publicado en el suplemento del diario El País “La Cataluña que viene, 25 años de la edición catalana” (7 de octubre de 2007). La fotografía corresponde al derribo del edificio "Miles de viviendas" en la Barceloneta y ha sido tomada de la página web www.otrabarcelona.com.
Veinticinco años. Hace veinticinco años Gabriel Dersen se metió en un barco para viajar a Perú, y no ha vuelto. Claro está que hubiera podido viajar en avión con mucha más rapidez pero quiso alejarse lentamente porque así lo habían hecho los viejos viajeros y porque no tenía prisa alguna. Allí, en Perú, no le esperaban y se le había metido en la cabeza que aquí, en su ciudad, habían dejado de esperarle.
Lo cierto es que se largó, y con el transporte deseado. Consiguió pasaje en un carguero que admitía, más o menos legalmente, a media docena de pasajeros y un mes después llegó a Lima después de haber recalado en los puertos de Lisboa y Santos y cruzado el Cabo de Hornos. No se instaló en la capital peruana sino en Pisco, al sur del país.
A lo largo de estos veinticinco años no hemos escritos siempre. Cartas tradicionales al principio y luego largos mensajes electrónicos. Yo no era partidario de abandonar el formato tradicional pero él insistió en que explotáramos la ventaja de la nueva velocidad epistolar. Sin embargo, en nuestro caso, esta velocidad tampoco era demasiado necesaria pues en las cartas hablábamos poco de esas cosas que si no se expresan en su fulminante inmediatez pierden todo valor.
A medida que pasaban los años se agudizaba la tendencia de Gabriel a interrogarme sobre los lugares de la ciudad que habían ido desapareciendo. Todos esos sitios tenían en común el hecho de que los habíamos compartido Gabriel y yo: eran muchos porque, además de haber nacido en el mismo año, habíamos ido al mismo colegio y estudiado en la misma universidad.
Al principio los lugares perdidos surgían un poco al azar en nuestro epistolario: yo le informaba de que había derribado tal o cual edificio o que había cerrado tal o cual café. Gabriel tomaba nota de mis informaciones sin concederles mayor importancia. No obstante, a partir de un determinado momento, su atención fue en aumento. Ya no aguardaba mis noticias de nuevas desapariciones sino que, adelantándose, me interrogaba: ¿aún está aquello bar de Escudillers o aquel chiringuito de la Barceloneta o aquella tienda del paseo de Gràcia? Yo le contestaba afirmativa o negativamente. Casi siempre negativamente.
Una vez, hace doce o trece años, visité a Gabriel Dersen, allí en Pisco. Vivía modestamente en el único piso de una deteriorada casa colonial. Mientras paseábamos por Pisco, Gabriel insistió en sus preguntas sobre esos lugares desaparecidos que tanto le preocupaban. Un día, durante una excursión que realizamos a la isla de Paracas, empezó a hablarme del memoricidio que se estaba perpetrando a nuestra costa. La conversación se interrumpió porque el aullido de los lobos marinos que se aparean en las playas de Paracas hacía imposible escuchar palabra alguna. Creo que durante mi estancia peruana Gabriel no se refirió más al memoricidio.
A mi vuelta reanudamos la actividad epistolar. En cartas sucesivas me fue aclarando su idea del memoricidio: él y yo, y muchos más con nosotros, éramos víctimas del exterminio de nuestra memoria. Los poderes –fueran quieres fuesen los que se ocultaran bajo esa denominación- habían aniquilado sistemáticamente nuestros lugares de referencia con excusas como el progreso, el bienestar o la modernización. Ya no teníamos ni infancia ni juventud sino una suerte de espectro amorfo sin sede. Aunque no le faltaba razón a Dersen en lo que decía no había duda de que en sus palabras pesaba mucho la añoranza del que desde la lejanía desarrollaba ambiguas relaciones con su ciudad natal. Yo trataba de convencerlo de que no todo había sido negativo en esos veinticinco años en que él había estado ausente. Cada generación hace lo que puede, le aseguraba con estoicismo. Él se reafirmaba en la convicción de que se había perpetrado el memoricidio.
Las cartas de estos últimos años han sido cada vez más precisas al respecto. Mientras aumentaba el ritmo de las destrucciones, del que le informaba puntualmente, aumentaba también la labor de Gabriel Dersen como cronista, historiador e incluso arqueólogo de nuestro memoricidio. Por lo que leo en sus cartas tiene en su casa, allá en Pisco, un plano detallado de Barcelona con todos los lugares que él considera perdidos y que ha ido reuniendo a lo largo de un cuarto de siglo. Ahora está construyendo maquetas de los sitios más emblemáticos, con la ayuda de sus recuerdos y de la documentación gráfica que obtiene en Internet o que reclama a los archivos. El conjunto de esas maquetas será, afirma, su monumento contra el memoricidio. O nunca mejor dicho, su memorial.
Yo me río y le escribo que es una locura. Pero sé que no está loco y que el asunto es completamente serio.
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