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APUDEPA

Entonces firmo. APUDEPA me merece confianza

Entonces firmo. APUDEPA me merece confianza

 

Cuando suena el despertador a las 8 de la mañana de un miércoles de vacaciones, uno se pregunta qué narices pasa. Y cuando, tras un primer momento de susto, recuerda que le reclama una recogida de firmas a favor del patrimonio cultural, uno se pregunta qué narices le importa el Teatro Fleta.

 

A las 10 todo está mucho más claro. Belén se presenta en la plaza de España, esquina Independencia, dispuesta a montar el “chiringuito” reivindicativo a la luz de un espléndido sol de julio. Chabi se ha encargado de preparar el material, así que por un módico precio tenemos dos caballetes, una tabla, cuatro carteles, hojas de firmas y pasquines de los más diversos formatos, impresos por Belén con la ayuda de Pilar y el “diseño” de Carlos. La decisión la ha tomado la Junta, los socios con email están enterados y algunos voluntarios también: APUDEPA ha decidido seguir actuando y va a continuar la recogida de firmas que ya ha iniciado en su página web, esta vez de forma convencional. Se trata de que todas las personas tengan la oportunidad de participar, aunque no tengan fácil el acceso a la red.

 

Mientras Chabi y Belén cuelgan los carteles, en el último pilar de los porches de Independencia, Isabel y Gloria colocan la mesa bajo la acogedora sombra de un tilo. Rafa nos comentará después que la sombra del tilo es soberbia y una de las mejores, por la frondosidad y la disposición de las hojas. Y ciertamente el dibujo en el suelo es rotundo, compacto, sin poros ni grietas.

 

No se sabe bien por qué nos hemos puesto en el lado de Independencia bañado por el Sol. Quizás porque es el punto de la plaza de España de mayor sabor reivindicativo, frente al palacio de la Diputación de Zaragoza. El caso es que todo está ya preparado para iniciar la recogida. Chabi, Belén, Isabel y Gloria, con sus cuatro carpetas, se esparcen por los cuatro puntos cardinales. Chabi se avanza hacia la plaza, Belén “toma” el paso de cebra e Isabel y Gloria se dirigen hacia el Palafox. Mientras tanto Isabel del Tesoro se hace dueña de la mesa y ordena los papeles que de aquí y allá le van trayendo. La gente va deprisa; deprisa por la calle y deprisa por la vida. Pero poco a poco vamos consiguiendo las primeras firmas. Isabel ha traído de casa hojas antiguas ya comenzadas, para que a nadie le asuste romper el hielo. Técnicas de merchandaisin, ya saben…

 

Ya tenemos las primeras hojas y las energías casi intactas cuando acuden refuerzos. Vienen Rosa, Ángel y Carlos. Rosa y Ángel se colocan junto a Isabel, de apoyo en la mesa. Proporcionan agua y ánimos (sobre todo) a los “recogefirmas” dispersados. Carlos toma el relevo de Chabi, que se va a casa para volver más tarde. Un observador atento habría visto ya que la técnica para la recogida de firmas varía mucho según la persona. A Carlos se le escapa bastante gente mientras pronuncia su largo “Hola, buenos días. Estamos recogiendo firmas para evitar el derribo del Teatro Fleta en Zarago…”, mientras que Belén resulta más persuasiva con su “Una firmita para el Fletaaaaa…” Las personas educadas se excusan lanzando al viento un “tengo prisa”, “lo siento”, “ahora no puedo”. Los displicentes, sin embargo, como si ensayaran el gesto todos los días en su casa, giran la cabeza airada hacia el otro lado y alzan la mano opuesta con la mano hacia el recogefirmas, como queriendo decir: ni un paso más o llamo a seguridad. Miedo a la ciudadanía, se diría. Este tipo de personas se divide en dos subtipos: por una parte, señoras con grandes gafas oscuras y cardados al viento con señores jubilados de manos recogidas en la espalda y por otra parte trabajadores de mediana edad, profesionales liberales que consideran casi “intrusismo” el ejercicio de la ciudadanía. Son las fobias, que incitan a la huída.

 

Personas educadas nos dicen que no saben “de qué va el tema” así que prefieren no opinar. Y otras comentan que no tienen muy claro si les parece bien conservar el edificio. Carlos intenta hacer saber las poderosas razones que mueven a la Asociación. Se ha traído una copia del proyecto aprobado por el Gobierno de Aragón y un enorme dossier con tapas de color azul en que se recogen todos los documentos importantes en relación con el edificio. Muchas personas se muestran sorprendidas al saber que el estado del Fleta es el mismo desde el año 2002, cuando el Gobierno defendía que todo se estaba haciendo a las mil maravillas y que se conservaba el edificio escrupulosamente.

 

Muchas personas cariñosas nos animan a continuar adelante. “Menos mal que estáis vosotros para defender nuestro patrimonio”, nos dice una señora que empuja su carrito de la compra. “Os sigo por la prensa y lo que estáis haciendo por Zaragoza no tiene precio. Seguid así”. Damos las gracias pero a todos recordamos que la participación de todas las personas sigue siendo ineludible.

 

Son las dos. Gloria e Isabel vuelven desde la acera de Capitanía con montones de firmas. Son grandes recogedoras… Isabel del Tesoro las ordena y Rosa las cuenta en la mesa, mientras nos da conversación y nos cuenta las barbaridades que están haciendo en su pueblo. Carlos y Belén descuelgan los carteles, aunque volveremos a colgarlos por la tarde. Uno nos ha quedado muy bien, pero al otro le falta contraste. Se nos vuelan algunas octavillas que recogemos inmediatamente. Cuidamos de nuestra calle y cuidamos nuestro rincón. Lo dejamos como nos lo hemos encontrado…

 

Después de comer volvemos a Independencia. Esta vez nos toca a nosotros la sombra, así que ya no necesitamos el cobijo del tilo. Colocamos la mesa frente a los carteles y todo cobra mejor apariencia. Parecemos casi profesionales… Esperamos un momento a Chabi (el alto), que aparece con su bicicleta, para que cuelgue los carteles lo más arriba posible. Ponemos dos mirando hacia el Banco de España y dos hacia el Tubo, como por la mañana. Y comienza la recogida. Ahora estamos Belén, Chabi y Carlos y más adelante aparecerán Ángel, Isabel y Rafa.

 

Por la tarde todo parece más lento. Los recogefirmas están un poco amodorrados y los ciudadanos andan ahora en modo “paseo”. Observamos con una mezcla de gracia y divertido disgusto que la competencia reivindicativa es fuerte: “autogestión”  y “Justicia Norte-Sur” hacia la plaza de España, “WWF Adena” y “UNICEF” hacia Capitanía. En realidad formamos entre todos una hermosa cadena de voluntariado antiresignación. En esto (y solo en esto) los voluntarios somos la cruz de una moneda cuya cara viene representada por la gran cantidad de ciudadanos que muestra total indiferencia hacia lo que pasa en la ciudad y en el mundo. La verdad es que los de Norte-Sur ni siquiera saben por donde cae (nunca mejor dicho) el Fleta y nosotros desconocemos un montón de cosas esenciales que nos cuentan desde UNICEF. Pero eso no es lo más importante. Lo fundamental es que trabajamos desinteresadamente los unos para los otros, arrojando modestas luces sobre las tinieblas tejidas por el omnipresente poder. Pasan ahora muchos turistas que han venido a Zaragoza a ver la Expo. Y muchos, paradójicamente, firman: “Vaya teatro bonito que tienen en Zaragoza” nos dicen señalando los carteles. “¿Y eso quieren tirar? Pues si lo han dejado en ruinas que lo apañen los que lo han hecho”, sentencian. Carlos explica, como movido por un resorte, que el teatro no está en ruinas, que está en obras. Belén añade que APUDEPA se opuso al proyecto de reforma por entender que traería los problemas que está trayendo. “No nos hicieron caso, por supuesto…”. Vienen dos policías locales, que nos saludan con gesto marcial, y nos piden que mostremos la licencia del Excelentísimo Ayuntamiento de Zaragoza. La buscamos entre todos los papeles y les mostramos el fax recibido en APUDEPA. Todo en orden. “Si quieren ustedes colaborar…” (Carlos no pierde ocasión). El policía señala su uniforme y se sonríe. “Estamos de servicio”, se excusa la agente que lo acompaña.

 

Lo cierto es que el Sol es de justicia, pero corre un airecillo que ayuda a sofocar ese calor de una tarde de julio. Belén atiende a Radio Zaragoza y en la mesa se sonríen (inevitablemente coquetos en el fondo) ante la presencia de Localia y el fotógrafo de El Periódico de Aragón. Mucha gente viene “ex profeso” a firmar: “Os he oído en la radio y tenéis mucha razón”. “Vengo porque os he visto en la tele y ya tenía ganas de hacer algo por el Fleta. Allí vi yo a Luis Mariano…”. Casi se le empañan los ojos, y no es exageración nuestra. Lo cierto es que lo que notamos es una emoción contenida casi unánime entre los ciudadanos de 30 años en adelante. Nos dicen que era un edificio precioso, que han pasado allí grandes momentos de su juventud y su madurez. Que aprendieron del cine en su gran sala… “aunque las butacas eran ciertamente incómodas”. La ciudad quiere al Teatro Fleta. Y quiere recuperarlo. Es una pulsión que se muestra contenida, latente, soterrada, sin cauces para expresarse. Pero fuerte en definitiva. E iniciativas de este tipo, de unos cuantos ciudadanos inquietos, ayudan a los demás a mostrar su apoyo y su cariño. Entre los que firman y entre los que no una idea es también unánime y permanente: “Lo que ha pasado en el Fleta es de las mayores vergüenzas que yo recuerdo en la ciudad” nos dice un señor quitándose la boina. “Yo no voy a firmar porque no quiero que gasten más dinero allí. Pero me parece una vergüenza que los que han gestionado eso sigan todos en sillones oficiales: Callizo, Almunia, Iglesias, Biel, Vázquez, Mostalac, Vicente Redón…”. “Aquí nadie se acuerda de nada” puntualiza una señora que pasa en ese momento. “Yo estoy muy desencantada con todo. Para qué firmar: al final van a hacer lo que les plazca…”. Los más jóvenes de APUDEPA intentan reconvenirla, pero entre los demás se escapa un cierto gesto de comprensión. “Si es que el ninguneo a que someten los poderes a los ciudadanos en esta semidemocracia hace mucho daño sobre la moral colectiva” dice Isabel. Curtida en mil luchas ciudadanas, Isabel del Tesoro intenta que los menos experimentados no caigan en el desánimo con cada gesto displicente, con cada mueca de desprecio. “No perdáis tiempo con ellos. Son inamovibles. La gente aquí es muy dura. Y para la cultura, más”. “Es el franquismo sociológico” dice Ángel, con una media sonrisa de resignación. Lo cierto es que esos gestos y esas muecas minan poco a poco la moral de los recogefirmas. Por eso se acercan de tanto en tanto a la mesa en busca de ánimos. Y por eso son tan importantes las buenas maneras, las dulces palabras y las “casisonrisas”.

 

Son las ocho y otra pareja de policías locales se acercan a la mesa. Gesto marcial. “Nos han dicho que no tenían ustedes licencia. ¿La han encontrado ya?” “¿Qué no teníamos licencia? ¡Pero si se la hemos mostrado a sus compañeros?” “Si hacen el favor…” Les damos las hojas. Su semblante es serio. Miran el reloj. Gesto marcial. Todo en orden. Son casi las 9 y Belén va a buscar el coche para recoger el chiringuito. Nos quedamos un rato charlando en la plaza mientras cae la noche. Mañana volveremos a vernos. “Que descanséis”.  

 

Dicho y hecho, aquí estamos de nuevo. El paseo está impoluto pero la verdad es que si tuviéramos una escoba nos pondríamos a barrer un poco. Como si poco a poco ese pedazo de calle sin atributos se nos fuera haciendo familiar, la esquina entre el paseo de la Independencia y la plaza de España, en la acera de la Diputación, se va “desextrañando”. Ya no nos duele tocar el suelo de grandes losas de granito. Nuestro tilo nos vuelve a proporcionar una sombra perfecta, aunque movemos la mesa un momento para atender a Aragón Televisión con los carteles como fondo. Tras gravar los oportunos planos (parece que nos van a dedicar el telediario entero) la redactora pide un resumen a Carlos. El Periódico de Aragón nos dedica también una fotografía y un pequeño comentario.

 

Cuando está montado el chiringuito y Carlos, Fabiola y Nieves están ya preparados para iniciar la recogida, Belén se despide para descansar un ratito. El ritmo es de nuevo trepidante en el paseo y de nuevo la competencia es dura. Intercambiamos opiniones con los voluntarios de UNICEF y, después, nos firman. Su cometido es algo más complicado, pues solicitan para asociarse una cuota de 10 euros mensuales aproximadamente. “Los tiempos de crisis se notan también para las oenegés” nos dicen. Una sonrisa cómplice y, de nuevo, cada uno a su objetivo. Se acercan a la mesa una soprano y un tenor que han actuado estos días en la Expo. Se solidarizan con la defensa del Fleta y nos comentan cosas muy interesantes. El tenor cantó muchas veces en el teatro: “La ignorancia hace decir a algunos que el Fleta no tenía una buena acústica. Es mentira. El Fleta tenía una acústica excelente para quienes sabían cantar. Hacía llegar la voz de los que tenían voz, claro…” una sonrisa pícara se asoma a su boca. “Es una pena. Era un teatro magnífico. Ojalá se salve”. Nos aporta datos que dicen mucho del mal hacer de los responsables políticos y de su irracional forma de tomar decisiones. “Yo personalmente alerté al entonces Director General Lapetra de que el Teatro Fleta jamás podría ser un teatro de la Ópera. Era un buen teatro, con una embocadura de las mejores de España, pero con una pega: no tiene suficiente fondo para las producciones operísticas”. Y no es posible solucionar el problema en altura, que es lo que pretendieron, porque las grandes producciones internacionales se conciben para mayores fondos. “Nos consultaron a algunos expertos en una comisión al efecto. Pero sólo nos consultaron. No nos hicieron ni caso”. Esto ahonda en el convencimiento que tiene Belén sobre la necesidad de que los profesionales no se desentiendan de la sociedad, no haciendo públicos sus conocimientos. Otro amante de la ópera se lamenta de la escasa ambición para la lírica en la capital aragonesa. “Lo que han hecho ahora en el palacio de Congresos es otro despropósito. Perfectamente podrían haber acondicionado el escenario para la lírica!”. Nos firma también. “Por lo menos, que se salve”. Pero no todo el mundo es tan simpático. Gente con prisas, gestos, muecas. “Una firmita para que no tiren el Fleta…” “Yo sólo firmo para que no tiren España”. “Que lo tiren de una vez y que se tiren también los políticos que lo han hecho. Yo luché en la Guerra Civil y les daría dos balazos a cada uno”. Ni nos firma ni le insistimos. Los descerebrados pueden ser muy peligrosos… Le pedimos una firmita a un señor sin afeitar, que levanta su acordeón y niega divertido con la cabeza, mientras nos dice: “Lo siento, pero yo soy de los que pido…”.  Se acerca a la mesa un anciano anarquista con ganas de hablar. Nos felicita por luchar, por no resignarnos, pero nos avisa de que el final del camino está “lleno de amargura”. “Yo he corrido detrás de los grises en este paseo; por lo menos eso ya no es necesario”. El señor tuvo problemas incluso para sacarse el carné de conducir. “Aunque ahora también circulan listas negras…”

 

Hace un rato que ha llegado Luisa, que se coloca en la mesa para “captar” a los peatones que pasan despistados. “¿No me va a firmar usted para que no tiren el Fleta?” Con ese salero de Luisa, saluda a conocidos y desconocidos y se muestra comprensiva con quienes no firman porque creen que de nada sirve ya, que los que mandan harán lo que mejor convenga a sus intereses, “sobre todo a los inconfesables”. Experiencia tiene Luisa en clamores ciudadanos que caen en saco roto.

 

Pasa una pareja de policías justo en el momento en que llegan Ángel e Isabel. Aunque no nos dicen nada, nos miran y parece que improvisan un saludo. Isabel corre la mesa hacia el centro de la sombra del tilo y se coloca ordenando los papeles que se han ido depositando sobre la mesa. “Para el Fleta, señora. Para que no lo tiren”. “Ya pero, ustedes ¿quiénes son?”. “Somos de APUDEPA”. “Ah, entonces firmo. APUDEPA me merece confianza”. La señora firma encantada mientras los recogefirmas se miran con satisfacción. Por mucho que digamos, el reconocimiento ciudadano es fundamental para que los voluntarios de las asociaciones no desfallezcamos. Nuestro cronista oficial sugiere a quien esto escribe la redacción de una crónica que recoja este y otros muchos momentos de estos días especiales.

 

La mañana va muriendo y el ritmo de Independencia decae levemente. Pasan muchos voluntarios de la Expo. Debe de ser hora de cambio de turno. Todos nos firma; conocen lo arduo del trabajo desinteresado. Les preguntamos por la Exposición: mucha gente, muchos turistas y mucho calor. Hay momentos muy intensos. “Pero merece la pena” nos dice un joven que muestra con orgullo su acreditación colgada del cuello.

 

Fabiola y Nieves, que han estado recogiendo firmas carpeta en mano, casi enfrente de la Librería General, vuelven con las hojas repletas de firmas. “No es fácil. Hay de todo. Pero es una experiencia muy estimulante” dice Fabiola. “Ahora cuando me pidan firmas por la calle por lo menos me pararé a escuchar. Los esfuerzos merecen recompensa” comenta Nieves (ante el unánime asentimiento) mientras ojea de nuevo los grandes carteles pegados al pilar. “Salvar el Fleta es posible. Justo y necesario” lee; “muy bíblico”. Carlos vuelve también y deja las hojas sobre la mesa “para que las cuente Rosa”.

 

Se acerca Maite para solidarizarse y darnos ánimos. Recoge a Luisa y en esto aparece Belén, animada y descansada, que ayuda a desmontar el tinglado de nuevo para meterlo en su coche hasta la tarde. El hambre aprieta y el Sol de finales de julio deja ya alguna marca en las pieles blancas e inexpertas de aquellos que suelen preferir ir por la sombra.

 

La experiencia de estos días nos permite afirmar en la tarde de este jueves que recoger firmas es algo extraño, entre ingrato y reconfortante. La gente parece “programada” para esquivar el compromiso y evitar enfrentarse a cualquier tipo de problema ciudadano. Así que, a priori, la intención del transeúnte es la de no escuchar la petición que se le hace. Cabezas bajas, casi avergonzadas, gestos displicentes o la simple indiferencia son las respuestas más comunes. Pero es cierto que la fuerza de alguna palabra es capaz de atraer la atención del escurridizo viandante y tornar la indiferencia en interés y la displicencia en condescendencia. En nuestro caso, es la palabra APUDEPA pero, sobre todo, la palabra Fleta, la que consigue que nuestra presencia no caiga en saco roto. “Ah! Si es para el Fleta sí”. “Pensaba que era para otra cosa. Para el Fleta sí que firmo”. La coincidencia es plena también para señalar la vergüenza del caso. “El del Fleta es uno de los episodios más sangrantes de la política aragonesa de la democracia” opina un serio paseante. “Y aquella, de vacaciones por Madrid” apostilla la señora que acompaña a su marido. Y decimos que acompaña a su marido porque entre las personas de mediana edad en adelante quien decide generalmente por ambos si se firma o no se firma es el marido y no la mujer, que se limita a rubricar con un gesto la decisión del “jefe”. Todavía queda mucho por avanzar, no cabe duda. Los jóvenes se muestran mucho más predispuestos a participar, en general, y muchos firman pese a reconocer que no conocen o no recuerdan el Fleta por dentro. “Aunque yo vi allí Jurasic Park”. Como muchos van en grupo, unos animan a los otros y acaban haciendo cola frente a la mesa. Es curioso comprobar también que es mayor la receptividad entre las personas extranjeras, fundamentalmente las iberoamericanas. Por supuesto, también entre los amantes de la cultura. Y también entre las personas vagabundas, que van con menos prisas. Un italiano que pasará esta noche en el albergue apoya sus mochilas en el intradós del pilar de Independencia, se frota sus curtidas manos y toma el bolígrafo: “Por la cultura, lo que sea”.

 

Belén, Ángel V y Carlos han montado la mesa y los carteles. Ángel V toma un espacio hasta ahora inexplorado: el interior de los porches de Independencia. “El público aquí es más receptivo”, porque no pica el Sol y pasa con menos prisa, nos explica haciendo gala de su olfato de jefe de ventas. El caso es que atrae a muchas personas hacia la mesa. También ayuda su apariencia seria, de persona mayor respetable… Es tanta la gente que firma ahora en la mesa que Ángel V saca un nuevo bolígrafo de entre los estuches que ha traído. “Siempre llevo uno por si acaso”.

 

Carlos, algo más relajado que por la mañana, se ha quedado en la mesa ahora que no está Isabel. Belén sigue recogiendo firmas sin descanso en su paso de cebra. Con su gorra y su desparpajo reparte los pasquines que coge de un montón que va menguando progresivamente. Pasa un capitoste del PAR que se dirige a la Diputación (“lo siento, tengo prisa”), y un poco más tarde una joven que aminora la marcha y fija una intensa mirada oscura sobre el cartel del cine. “Recuerdo perfectamente el Teatro Fleta. Es una pena lo que han hecho y es una pena que lo tiren”. Y tras un silencio sostenido: “Soy hija del anterior propietario”. Ciertamente su mirada es penetrante, y melancólica, como de cine. Pasa también Antonio y le damos la enhorabuena por su último artículo en El Periódico de Aragón. Él nos anima a nosotros, firma, y nos desea buena suerte. Más tarde volverá a pasar para interesarse por la marcha de la campaña. Al estar tanto tiempo en un mismo punto de la ciudad nos damos cuenta de que pasan muchas personas en silla de ruedas o con dificultades de movilidad. La ciudad tiene que ser especialmente respetuosa con quienes más se esfuerzan en vivirla. Es algo que no se nos hace presente tanto como debiera. Precisamente ahora aparece Juan Antonio, que viene a darnos apoyo moral con Cecilia. Viene postrado en su silla, convaleciente como está de un grave accidente de circulación, que afortunadamente no tuvo consecuencias más graves. Cecilia se ofrece con cariño a prestarnos su casa, cercana, para lo que podamos necesitar. Nos alegramos mucho de verle y le deseamos ánimos para una pronta recuperación.

 

Pronto viene Rosa. “Os he visto poquicos desde el autobús y me he bajado en la parada. ¿Cuántas hojas llevamos?” Algo más tarde se acerca también Rafa, con el buen humor de siempre. “Mira quién pasa por ahí”. Efectivamente, se trata de una presencia singular. El señor Parra, el propietario del Fleta hasta su venta al Gobierno de Aragón, se desvía por los porches de Independencia. Mira el chiringuito y ve los carteles pero no se acerca. Con las manos cogidas y colocadas en la espalda pasa como si no pasaran por su mente los años de todo tipo de planes para el Fleta.

 

Luis llega con su bicicleta desmontable para relevar a Ángel V. En un tris tras aparca su medio de locomoción y lo repliega sobre sí mismo. “En Europa es muy frecuente. Y en España se impone lentamente”. Rosa reparte folletos entre los paseantes, firmen o no. “Para que sepa por qué va a firmar”. Normalmente no le contestan, pero un señor barbudo se yergue con orgullo. “Sé lo que firmo: soy arquitecto”. Más arquitectos parecen los que opinan  con aire solemne sobre el proceso de reforma del Teatro Fleta. A Carlos le explican que lo que tiene valor de la arquitectura moderna son las fachadas y la del Fleta ya no existe. Carlos discrepa pero además apunta que la fachada del Fleta se conserva (excepto la correspondiente a la caja escénica). Pero el señor jura y perjura que no queda nada de la fachada del Fleta y no le importa que los técnicos del Ayuntamiento digan lo contrario ni que se pueda ver a simple vista pasando por Cesaraugusto. Es evidente que los ciudadanos vemos en muchas ocasiones lo que quieren que veamos. El control se basa en ello y no tiene nada de nuevo.

 

Es uno de los días más calurosos de las últimas semanas, pero el aire atenúa la sensación de sofoco. El paseo se desacelera paulatinamente hacia la hora de la cena. Vuelve a acercarse una pareja de policías locales que nos piden la licencia. Gesto marcial. Se la damos. Parsimoniosamente la leen, miran el reloj, continúan leyendo. “La licencia no dice nada sobre colgar carteles. Pueden perturbar la imagen del paseo”. “¿A qué carteles se refiere? ¿A esos?” pregunta Luis señalando socarronamente las decenas de banderolas de la Expo que copan desde hace meses los arcos de Independencia. “No se preocupen agentes, que los carteles están pegados con celo y es muy fácil retirarlos. No dejaremos ni rastro”. Gesto marcial. “De acuerdo, pero quiten ese papel de la farola, que no está incluido en el espacio de la licencia”. Sumisos, lo retiramos.

 

Uno de los mejores momentos de la recogida se produce cuando acuden a la mesa una pareja con sus seis niños. Eso de alterar la rutina del paseo vespertino para participar en algo distinto, lleno de voluntad y de ilusión, les parece maravilloso. Todos quieren firmar, pero los padres les explican que es algo reservado a los mayores. Cogemos entonces uno de los papeles verdes que repartimos con nuestras razones y, girándolo, creamos un espacio específico y especial para ellos. “Ya lo creo que podéis firmar vosotros. Las firmas repletas de ilusión, además, valen doble”. Los niños firman encantados, con brillo en los ojos. Su firma es inocente pero, aunque no contará, es también firme. Es una firma sin miedo, una firma feliz, ansiosa y esperanzadora: una firma libre. Nos convencemos entonces de que firmar no debería ser, en una sociedad madura, un acto dramático (como tantas veces parece). Debería ser un acto festivo, grave si se quiere, pero en ningún caso preocupante.

 

Son ya los últimos momentos y los recogefirmas parecen ahora menos concentrados. Luis está más fresco y sigue a “la caza y captura”. Carlos charla con Rafa y Rosa, que no por ello deja de contar las hojas de firmas ya completas. Belén se ha encontrado a un viejo amigo de la Filarmónica que le comenta algo animadamente. Pasan unos miembros de la Polifónica Fleta que nos muestran su total apoyo. “El Fleta es muy importante para nosotros. Esto es una gran pena para la cultura y una vergüenza para la ciudad. Ojalá lo logréis”. El anochecer llega lentamente, pasadas las 9, a la esquina de Independencia con la plaza de España. Los recogefirmas se apoyan ya sobre el pilar de los carteles y dejan las carpetas sobre la mesa. El airecillo es ahora más intenso. La recogida se da por terminada. Luis desmonta su bicicleta y se despide y Belén va a buscar el coche. En el pilar, Carlos, Rosa y Rafa observan a la gente pasar. Aunque nada dicen ya, un matrimonio se acerca a la mesa. “¿Esto es para lo del Fleta?”. Firman convencidos y nos explican que son vecinos del teatro. “Llevamos años sufriendo las molestias y es vergonzoso que eso esté tanto tiempo parado. Antes aún venía alguien, ahora ni eso. Las ratas campan a sus anchas, y más de una vez nos ha entrado algún murciélago”.

 

La noche va cerrando el día y esta intensa experiencia, nueva para nosotros, va cerrándose también. Estamos contentos de nuestro compromiso urbano, político y ciudadano (en la urbe, desde la polis, con la ciudad). Pero estamos también muy cansados y, por qué no decirlo, con heridas abiertas que conviven con ánimos reconfortados. Ya a la luz de las farolas, con los carteles y la mesa desmontados y en el coche, Rafa, Carlos y Belén prolongan la estancia en esa esquina intensamente vivida, parados y conversando. Belén habla de los espíritus libres y se anima recordando a Jovellanos. Baja la voz y adopta un gesto picarón. “Os voy a contar un cotilleo: en sus escritos describe una cena presidida por Carlos IV en la que osó sentar a lado y lado a su esposa la reina María Luisa y a su conocida amante Pepita Tudó. Hasta Jovellanos lo repudia. Esa es la doble moral permanente del poder”. Belén ríe. Carlos y Rafa también. “El próximo cotilleo, Belén, que sea (por lo menos) del siglo XX”.  

1 comentario

Curiosa -

Qué crónica tan interesante y jovial, muy instructiva sociológicamente. Esas firmas de los niños son maravillosas, ojalá la sociedad derive a esos aires de confianza y libertad que los niños presuponen.