"El robotico", por Francisco Tobajas Gallego
Estando ya metida y comprometida la Exposición de Zaragoza para el 2008, con su horrible mascota y su moscardón, sus ranas sordas en Ranillas de tanto polvo y ruido, y sus modernos edificios de hierro y yerro, a uno de estos prolíficos políticos de la tierra, de cuyo nombre no quiero acordarme, se le ocurrió la brillante idea de construir un robot para la ocasión. Un atractivo robot con inteligencia artificial, al que se le bautizó con el diminutivo de Robotico, por la afición de los aragoneses de hacer pequeño todo lo grande y todo lo pequeño pequeñico.
En su portentosa memoria se le iría almacenando al Robotico, sin ningún orden ni concierto, las verdaderas señas de identidad del pueblo aragonés, sus filias y sus fobias, sus mejores ideas y sus mejores conquistas, lo bueno y lo malo, la jota y el tajo, las leyendas y los tópicos, la historia y el sentido común, el olor a ajo y el olor a gloria, el cierzo y lo cierto, las fiestas y las siestas, la albahaca y la alharaca, la guitarra y el guitarrico, las charadas y las charradas, el mudéjar y el barroco, la Virgen del Pilar y el Pilar de la Virgen, el chufla, chufla, el ¡cobardes, nunca entraréis a esta Zaragoza en sitio permanente!, ora por los espectros, otrora por la especulación, el canto a la libertad, el adoquín y el tonto del haba, el canónigo de servilleta y las morcillas, las comarcas y el Estatutico, las envidias y las perezas, las palabras de bien quedar y las de mal querer, las campanas y los campanudos, el ¡hala! y el pues, los tordos y las tardes, la cuerda y el caldero, el bombo y el tambor, la Semana Santa y la semana aragonesa, que es parecida a la inglesa, la borraja y el tocino, la niebla y el desierto, el chistaví y el belsetán, el ribagorzano y el cheso, el benasqué y el chapurriau, la charanga y la parranda, la mosca y el moscardón, el buen vino y el mejor caldo, los discursos de los políticos y los políticos discursos, eso sí, resumidos, los balidos de las ovejas con denominación de origen y los esfuerzos baldíos de sus pastores, las trufas y el trufador, la misa y la mesa, aragonesas las dos, el rezo del convento y el rizo rizado del cemento, el pasado y el presente, la nostalgia y la esperanza, el trasvase y el traspase, el cachirulo y el cachivache, las promesas y las tomaduras de pelo, las autovías y las siemprevivas, el ayer y el hoy, porque el mañana es nunca.
Se creó de inmediato una nueva Consejería en el Pignatelli con cartera, coche oficial y chófer, un nuevo consejero de postín, un viceconsejero con despacho, una coordinadora con condición, una secretaría con presupuesto, un subsecretario con pagas dobles y dos docenas de funcionarios con moscosos y antigüedad. El proyecto bien lo valía. Y el día de los santos Inocentes se enviaron desde el Departamento de presidencia cientos de cartas a todos los Departamentos de la Universidad y a todos los especialistas de todos los humanismos habidos y por haber, explicándoles el proyecto y pidiendo su colaboración desinteresada. El Robotico asumiría todos los saberes de todos los ramos y compendiaría al aragonés universal, con todos sus tópicos típicos. Cada ponente presentaría una ponencia en la que incluiría lo que, a su parecer, ningún aragonés en su sano juicio debería olvidar o pasar de alto. Y esto en todas las disciplinas del humanismo.
Por otra parte un grupo de robótica aplicada se ocuparía de dar cuerpo y forma al Robotico, dejándole toda la memoria libre, dispuesta a albergar miles y miles de datos, cifras, años, nombres, materias, historias, situaciones y saberes. Todo para componer una máquina con sentido y sentimiento, con conciencia y conocimiento, con humano humanismo.
Pronto comenzaron a llegar las propuestas de los diferentes especialistas de cada ramo del saber, lo que cada uno de ellos consideraba imprescindible que debería conocer de buena tinta, con ciencia y paciencia, un aragonés universal, para que entonces pudiera elegir por su cuenta y riesgo, pensar sin televisión, votar sin políticos, creer sin religión, amar sin compromisos, hablar en cualquier lengua del país y emocionarse con lo que es de ley, o sea, con la Virgen del Pilar y el Zaragoza. Casi nada.
Con los descansos establecidos en la nueva ley del funcionariado, se fueron pasando a la gran memoria del Robotico todos estos datos referidos a incontables materias, que irían modelando y componiendo al aragonés de todos los tiempos.
El Estatutico se resumió en una sola frase: Aragón es y será, a pesar de todos los políticos y sus políticas. Se condensaron cientos y cientos de discursos de los políticos, aunque se comprobó que ninguno de ellos había acertado con la verdadera cara del porvenir. Se recopilaron cientos y cientos de biografías de aragoneses ilustres y todos tenían un punto en común, la ingratitud de sus paisanos para con ellos. Se intercalaron cientos y cientos de proverbios y refranes. Tópico más tópico es igual a atípico. Se ordenaron cientos y cientos de promesas que aún estaban por las mesas y pasaban de una a otra sin meta. Se copiaron todas las palabras que se utilizaban en los cuatro puntos cardinales de Aragón, con padrinos o sin padrinos. Las interjecciones, las maldiciones, las exclamaciones, los colmos, los dimes y diretes y por supuesto las baturradas.
Entonces nadie sabía aún a ciencia cierta si aquel proyecto tan ambicioso iba a dar o no el resultado apetecido. Si el Robotico sería un monstruo aragonés o un aragonés monstruoso. Si aquella máquina gritaría como Costa por el atraso, si pintaría como Goya los desastres, si trabajaría como Ramón y Cajal, siempre con la cabeza, si escribiría como Gracián, poco pero mucho, si cantaría a la cara como Marcial los vicios de sus paisanos, si cogería al toro por los cuernos como Agustina de Aragón, si defendería lo nuestro como el Justicia, si sería ateo como Cavia, pero creyente de la Virgen del Pilar, si fundaría tantos periódicos como Nipho, si conocería tantas palabras como Borao, si sería pacifista como el viejo soldado natural de Borja, si sería tan liberal como Foz, si sería tan ilustrado como el conde de Aranda, si levantaría fuentes a los nuevos incrédulos como el sabio Pignatelli, si sería canónigo del Pilar o de La Seo, si saldría o no de sus trece como el Papa Luna, si sería tan político como el rey Católico, si sería un anarquista tan bondadoso como Sender, si sería tan sordo como Buñuel, si sería tan republicano como Sancho y Gil, si tocaría tan bien el órgano como el ciego de Daroca, si templaría la guitarra como Gaspar Sanz, si podría tanto como mosén Bruno Fierro, si cantaría mejor la jota que el Bolero de Calatayud, si sería tan batallador como el rey Alfonso, si sería tan aragonés como Antillón, si sería mejor historiador que Zurita, y casi mejor Dios que el mismo Dios.
Y sin dar ocasión al desaliento se le fueron incorporando en la ingente memoria del Robotico mil y una consignas, mil y una vivencias, mil y una querencias, mil y una competencias, mil y un comportamientos, mil y un gritos, mil y un enfados, mil y un atropellos y mil y un olvidos. Y así el Robotico comenzó a hablar en todas y cada una de las lenguas del viejo reino y hasta del nuevo, con el árabe y el rumano. Comenzó a razonar, a dialogar, a recordar, a enfadarse, a defenderse de las tomaduras de pelo, como los de Teruel, a gritar contra el trasvase, a pedir más perricas a Madrid, que donde las dan las toman, a bailar la jota y la charanga, y a exigir lo que venía explicado en la letra pequeña de todos los documentos.
Varios psicólogos fueron estudiando sus comportamientos, unas veces reflexivos y otras veces impulsivos, sus respuestas, unas razonadas y otras intuitivas, sus saberes, en unas ocasiones enciclopédicos y en otras populares y populistas, su voluntad, siempre voluntaria y voluntariosa, y su parecer, siempre de parte de la razón. Lo que asustó un tanto a sus responsables es que en toda ocasión decía la verdad, fuese la que fuese y pesara a quien pesase, y siempre con la voz en alto. Tampoco gustó a sus padrinos los políticos que tuviese una memoria de elefante y que no se dejase corromper con el dinero o con el poder. Con muchos Roboticos como este de votantes, pensaron con razón, a los malos políticos se los llevaría el aire en volandas hasta los confines del reino del olvido.
Un lunes por la mañana lo sentaron a la mesa de un despacho de subsecretario y comprobaron que trabajaba más que nadie y que sus decisiones eran las convenientes para todos. Otro viernes lo llevaron a las Cortes, pero como decía siempre la verdad, los políticos se reían continuamente de él. Probaron a sentarlo en un sillón de juez y sus veredictos fueron en verdad imparciales y conformes a derecho. Un domingo ocupó la tribuna de la catedral y sus sermones fueron breves y jugosos. Otro domingo por la tarde lo sentaron en la Romareda y cuando el Zaragoza metió un gol, saltó de su asiento.
Los informes que dieron los psicólogos después de estudiar al Robotico no fueron del todo positivos, pues sus verdades y convicciones no eran del todo convenientes en este mundo y en estos tiempos. En fin, ya se sabe, los psicólogos son tan necesarios como innecesarios.
Y por fin llegó el día tan esperado de la inauguración de la Exposición de Zaragoza. Allí estaban todos los políticos, todos los periodistas, todos los curiosos y todos los imprescindibles. O sea, del rey abajo todos los zánganos.
Zaragoza iba a ser el corazón de aquel Aragón descorazonado, atrasado, inculto, irreal e irredento, el corazón de las Españas partidas, el corazón de la Europa democrática y burocrática, el corazón del primer mundo, el corazón del agua, de los ríos, de los meandros, de las fuentes, de los deltas, de los pantanos, de los trasvases, de las Confederaciones Hidrográficas y también del agua embotellada.
Colocaron al Robotico en el mejor sitio del pabellón de la ciencia, junto al prodigioso san Ponciano, que de tierra y agua hizo barro. Por delante de él iban pasando todos los políticos vestidos para la ocasión, tocados con medallas y envidias. Todos se sorprendían ante aquella máquina tan humana y tan bien pensante y diletante. Nadie pasaba de largo sin antes pecar de curiosidad. Hasta el rey gastó algunas bromas borbonas con el Robotico baturro, lúcido, gracioso y socarrón por demás. ¡Cuánto se pudieron reír todos los presentes con aquella máquina que semejaba a un nuevo Pedro Saputo moderno! Los responsables de su paternidad reían de contento, esperando con ello un ascenso, sin duda bien merecido.
Viendo que el Robotico tenía buen porte y mejores palabras, el rey le pidió en persona que al término de los fastos y de las fiestas de la Exposición y sin más tardanza, pasara a formar parte de su real casa como jefe de protocolo, ameno conversador, fiel acompañante, o como corrector de discursos, en fin, en el puesto que quisiera elegir.
Los políticos le lanzaron entonces una mirada cargada de envidia y de resquemor. Una máquina que ascendía tan rápido a los altos cargos del reino era muy peligrosa para unos hombres tan humanos.
Pero sin pensárselo dos veces ni tres, el Robotico contestó al rey:
-Yo, señor, no quiero ni valgo para servir a nadie.
Todos rieron aquella salida tan aragonesa, que fue servida por los canales de noticias y los periódicos de todo el mundo al día siguiente. Alguien con más de dos dedos de frente recordó que era la misma respuesta somarda que habían dado unos mozos del Pirineo al abuelo de este rey, cuando en una visita a Madrid, fueron invitados a formar parte de su guardia personal.
-Vaya por Dios, otro rey despechado. Y ya van un ciento.
Durante los largos meses que estuvo abierta la Exposición, el Robotico congregó a todos los curiosos, que siempre intentaban ponerle en evidencia, cosa harto imposible.
Pero cuando dio término esta Exposición un tanto aguada, con discursos y más discursos, y despedidas y más despedidas, el Robotico acabó en un lóbrego almacén. Nadie hizo las gestiones oportunas para acogerlo en ningún Museo, en ningún parque temático, en ningún parque científico, ni en ninguna casa rural. La estrella de la Exposición del 2008 fue arrinconada de un día para el otro en la bodega más oscura del Pignatelli y nadie se acordó más de él. Las baterías se descargaron, el polvo cubrió su memoria prodigiosa, la humedad comenzó a invadir sus circuitos y el que había sido considerado como el primer aragonés con rango de universal en el 2008, sólo unos meses más tarde se convirtió en el último mono de la comedia, en un trozo de chatarra inservible y contaminante made in China.
Mientras tanto los políticos seguían sirviendo promesas a manos llenas en mesas de aire. Como se verá, la historia tiene también su moraleja, pero yo tampoco quiero servirla a las claras y por las buenas. Pero sí añadiré que la república de los rebeldes se sitúa en el Pirineo y en las bodegas del Pignatelli. Y no digo más. Fin y se acabó.
1 comentario
¡Expovástagos NO! -
Retrato polvoriento y bodeguil, pese a metálicos brillos.
Gracias por la frescura y libre franqueza.