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Empresarios y especuladores, por Juan Manuel Iranzo Amatriain

Empresarios y especuladores,  por  Juan Manuel Iranzo Amatriain

El Roto. El País, 3 de febrero de 2014

EMPRESARIOS  Y ESPECULADORES

 

Una cosa es producir riqueza con el esfuerzo cotidiano, como hacen, junto a sus trabajadores, los verdaderos empresarios y otra, moralmente muy distinta, especular buscando beneficios rápidos sin generar valor.

por Juan Manuel Iranzo Amatriain, Heraldo de Aragón, 9 de noviembre del 2013

Ironiza José Cadalso en sus ’Cartas Marruecas sobre los articulistas cortos de inspiración que, para  no faltar a su periódica cita con la vanidad, acuden al subterfugio de escribir sobre lecturas, visitas. y otras distracciones suyas. Y yo, culpable reiterado de esa falta, preveo la sarcástica mirada del lector cuando inicie de veras este texto citando, otra vez, una tertulia con mi tío Eliseo. Pero el hombre no tiene la culpa de ser tan enjundioso; y de la mía por no hallar asunto mejor me eximirá quien lo conozca.

Hace unos días, mientras tomábamos café en el Teatro Principal a la espera de ver actuar a Lola Herrera y Héctor Alterio, hablábamos del inmenso mérito, la enorme vocación y la profesionalidad tremenda  de dos actores que a una edad a la que incluso los tecnócratas y plutócratas más despiadados les habrían permitido jubilarse hace tiempo- continúan entregando su arte maravilloso noche tras noche y ciudad tras ciudad. Al cabo, mi tío sentenció que cuando alguien aúna su profesión y disfruta con ella: no ve el día de dejar de ejercerla, al igual que uno nunca piensa en dejar de compartir la vida con la persona que adora y con la que es feliz. Y nos ilustró con una anécdota de sus últimos años como encargado en una gran tienda de repuestos de automóvil, entonces sita en la calle Zurita de Zaragoza. El dueño, ya mayor, charlaba con un coetáneo, fundador y propietario de un negocio que aún existe en.la calle de San Miguel, y que  en cierro momento le pregunto: «Oye, te imaginas cómo se van a reír nuestros hijos y nietos de nosotros, de todo lo que hemos trabajado tú y yo para juntar todo el dinero que vamos a dejarles, mientras ellos se lo gastan como les dé la gana?». A lo que el primero respondió: «Mira, por muy bien que lo pasen ellos gastándoselo, no se lo pasaran ni la mitad de bien que yo me lo he pasado ganándolo». A lo que su amigo respondió con una afirmativa risotada, celebrando, con - nostálgico júbilo, sus memorables gestas comerciales yesos otros días sin recuerdo en que ellos y sus empleados producían riqueza social por la callada vía del esfuerzo cotidiano.

Aquel hombre no se había dejado engañar por las apariencias de la vida, por la seducción de la avaricia o el placer del consumo. El fruto de su afán no era el dinero ni las cosas que tenía, sino la persona que había llegado a ser; y estaba contento. Por contraste, recordé la noticia de la creciente compra de activos españoles por agentes financieros extranjeros, fondos oportunistas, pero también algún gran patrimonio, fondos soberanos y gestoras de planes de pensiones. Los comentarios han sido inteligentes: salvo algún político y algún gestor afín, nadie ha dicho que eso signifique el comienzo de la recuperación. El capital riesgo, el que crea mercados, supone sólo el 10%; el resto prefiere porciones dé grandes firmas (las, más protegidas) e inmuebles de alto valor muy depreciados. Poca inversión productiva. El objetivo básico es obtener un alto beneficio en un plazo de unos cinco años, cuando la recuperación real los revalorice. Esto me recordó una película de hace setenta años.

En Esta es mi tierra, de Jean Renoir (1943), un tímido maestro que ocultaba unas hojas de propaganda es juzgado por subversión por un tribunal cuya libertad de acción, en la Francia ocupada, es meramente nominal. En la ocasión, el protagonista, encarnado por Charles Laughton, se ahombra, elige defenderse asimismo y usa su oportunidad de dirigirse a los prohombres locales que forman el jurado para, de forma suave y comprensiva, disculparles por el veredicto que sin duda dictarán y que supondrá su muerte. Su colaboración es comprensible: el palo es enorme y la zanahoria suculenta. Al dueño del mejor hotel de la ciudad le dirige unas palabras inolvidables: «A usted le va bien. Toda la oficialidad  alemana come en su hotel y usted  nunca había cobrado el champán tan caro. A los alemanes no les importa; no les cuesta nada fabricar dinero. Pero con ese dinero, usted
compra propiedades!
».

A comienzos de siglo, los bancos invertían en economía real solo una porción del dinero que fabricaban merced al coeficiente de caja. Gran parte lo prestaban a ’jugadores’ (o lo apostaban) en el casino inmobiliario, de divisas y de futuros y derivados. Crearon así una burbuja especulativa cuyo estallido provocó la crisis.  Pero no todos jugaron tan  mal como algunos. Muchos tenían carteras inteligentes y prudentes,
capearon bien el temporal y hasta prosperaron. Ahora, los más despabilados vienen y compran propiedades. 

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