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Iñaki Uriarte. La destrucción democrática de la ciudad y el territorio. Conferencia en el Guggenheim

 

 La destrucción democrática de la ciudad y el territorio

 

El derecho al patrimonio monumental

Los problemas seculares y las necesidades más recientes de todo orden de la humanidad han propiciado la creación de organismos internacionales para resolverlos y garantizar su cumplimiento. Entre dichas instituciones está United Nations, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) constituida en 1945 en cuyo seno se han producido diversas proclamaciones de rango mundial. Una de ellas, es la Declaración Universal de Derechos Humanos, Resolución 217 A (III) de su Asamblea General, de 10 de diciembre de 1948, que conforma el primer código ético consensuado por la humanidad. Desde entonces en tal fecha se celebra el Día Internacional de los Derechos Humanos. 

Se fundamenta en el reconocimiento de la persona como sujeto de supremos derechos consustanciales a su condición de ser humano, independientemente de su raza, sexo, religión, edad, ideología, y nacionalidad, con estado propio o no. Estos derechos se clasifican en cuatro categorías: individuales, colectivos, civiles y sociales. Entre los Derechos Sociales, figura el de la cultura en el Artículo 27. 1. Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten. 2. Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora.

Para el desarrollo de estos principios fundamentales se constituyeron organismos especializados, entre ellos United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization (UNESCO) en 1946 que a lo largo de los años ha emitido numerosas convenciones, declaraciones, manifiestos y programas recogidas en diversos documentos algunos denominados Cartas. Son síntesis conceptuales de gran prestigio por su amplitud contemplativa, precisa definición y valor pedagógico. A ellos se han adherido numerosos Estados de todo el mundo, en 1953 el español al que todavía estamos vinculados. 

Confusión, especulación y globalización

En el inquietante momento presente se está ofreciendo un panorama ética, moral y socialmente decepcionante. Los macro intereses económicos de omnipotentes grupos de presión financieros, inmobiliarios y constructoras junto con especuladores y gente intrínsecamente corrupta, en providenciales planteamientos y alianzas con ayuntamientos y otras administraciones claudicantes fácilmente manipulables, componen un panorama desolador y devastador.

 Se concibe la ciudad con sus elementos constitutivos como un inmenso solar donde todo es posible. Convenios, permutas y recalificaciones son los instrumentos que sustituyen al raciocinio, sostenibilidad y sensibilidad. La licencia estimula al talón y se produce el “consenso del hormigón”: esto para ti lo otro para mí. La urbe, lugar donde habita una ciudadanía, que habiendo sobrevivido una dictadura que le obligó, como medida de autoprotección, a una valoración y vocación por los intereses colectivos ha sido paralizada por las expectativas de una transición de aspecto democrático que hábilmente le ha suministrado continuas dosis masivas de adormecimiento colectivo. Muy recientemente, casi ayer, parece que algunos colectivos empiezan a despertar de esta frustrante aletargada situación y a reivindicar “Urbanidad”.

La idiosincrasia de una sociedad está constituida por la conjunción coherente de particularidades semejantes, conformadas por las características geográficas, recursos naturales próximos, tradiciones constructivas, lengua, rasgos etnográficos, modos de vida y ritos sociales

 La globalización es una contaminación generalizada que atenta contra todo síntoma de identidad. Como pérdida de la idiosincrasia propia, exige una reacción, obliga a actitudes de autodefensa que antepongan lo genuino, lo característico, la tradición y lo autóctono frente a lo repetitivo, la impersonalidad, la moda y lo alóctono. La creciente pérdida de carácter de ciudades, pueblos e incluso núcleos y paisajes rurales obliga imperiosamente a una enérgica respuesta desde múltiples sectores, empezando por una personal pero general y radical actitud de autoestima. Representa la amenaza de la disolución simbólica y material de nuestros pueblos que necesitan reencontrarse en su forma de vivirse y percibirse.

 La globalización podría definirse recordando lo que decía el escritor, historiador y poeta Herminio de Oloriz Asparren (Iruñea, 1854-Madrid, 1919): “Tomamos lo ajeno por propio y dejamos lo propio por ajeno”. Y se muestra en la fachada del Ayuntamiento de Bergara (arquitecto Lucas de Longa, 1677-1693) donde existe una inscripción en piedra: “O que mucho lo de allá / o que poco lo de acá

Es ya incuestionable la necesidad, de mantener y utilizar correctamente por su carácter de legado, como herencia culta, funcional y no mercadeable el patrimonio monumental en todas sus expresiones: arqueológico, urbano, arquitectónico, industrial, rural, paisajístico, escultórico, mobiliario, así como el documental e inmaterial. Constituyen testimonios irrepetibles e irrenunciables que estimulan el sentimiento colectivo de satisfacción y riqueza creativa, prestigioso pasado, identidad y pertenencia a la comunidad en la que se insertan.

También es exigible, sino imprescindible, el derecho a la contemplación y usufructo del municipio en cuanto emplazamiento de la vida colectiva, como síntesis urbanística de modos y escalas urbanas, cualidades de sus tramas, singularidades de trazados, valores topográficos, compromisos geográficos, tipologías arquitectónicas herederas de la tradición constructiva local, sus materiales, texturas y facetas cromáticas. Asimismo, la persistencia por su gran trascendencia patrimonial y aprecio social de los lugares referenciales, los espacios públicos tradicionales y los rincones entrañables que configuran el entorno sentimental de un núcleo habitado.

Toda esta variada serie de elementos referenciales son testimonios insustituibles para las personas que han desarrollado su vida cotidiana en esos parajes y que se han transmitido entre generaciones por su supremo significado de patrimonio, tradición y arraigo. Bastantes están recopiladas legislativamente pero ¿cómo se perciben hoy, qué importancia se les atribuye, quién las protege en realidad, con qué eficacia?

 Este amplio ámbito y repertorio obliga a reflexionar sobre el gran valor de las cosas pequeñas, el significado de lo insignificante, ver lo que miramos, entender lo que tenemos, defender lo que queremos, rechazar las imposiciones.

Aludiendo al compromiso del ser humano en la sociedad, el escritor José Luís Borges (1899-1986) dice en Historia de la eternidad: “Es sabido que la identidad personal reside en la memoria y que la anulación de esa facultad comporta la idiotez”.

Participación y pasividad 

La conservación, disfrute y adecuada transmisión de este patrimonio colectivo sólo se garantiza con una sociedad informada, sensible y coordinada. Nuestra generación no debe ser responsabilizada de malversación de una riqueza monumental. El legado cultural de un pueblo no es una herencia de generaciones anteriores, sino un préstamo que debemos dejar, en las mejores condiciones, a las venideras.

 Deberíamos por tanto ser capaces de influir decisivamente en el mantenimiento y reutilización de estas referencias fundamentales de cada lugar. Y asimismo, es una obligación ineludible de toda administración, local territorial o nacional dar cuenta pública de la gestión del patrimonio cultural. 

Una comunidad urbana, popular, es un ayuntamiento, una comunión de ciudadanos activos, no una aglomeración de súbditos sumisos. Su lenguaje debe ser la intervención, un proceso común y colectivo de implicación que supone ser protagonista activo, responsable y anticipado. Si la situación política en la que vivimos se autotitula democrática, por esencial definición debe ser participativa, y por elemental dignidad social, necesita garantizar prioritariamente el derecho a conocer, a discrepar y, al final, a decidir.

La ciudad como espacio de convivencia se beneficia con la participación y el debate, que constituyen el escenario esencial de la democracia, donde la argumentación y la réplica son el lenguaje constructivo e imprescindible; principio social casi imposible de alcanzar en demasiados lugares.

 La ciudadanía, por ese compromiso cívico, deberá ser audaz y capaz, reivindicativa y crítica; sus derechos son básicos y anteriores a toda propuesta y proyecto. No es admisible la sola capacidad de alegar, recurrir y protestar. Está ya superado el propósito impositivo de la legalidad institucional sobre la legitimidad social. Dejar de exigir es claudicar y empezar a perecer porque los pueblos deben una parte de su progreso a los inquietos e insatisfechos. Prevalece el irrenunciable derecho a la rebeldía colectiva.

 Es preciso evocar al padre dominico Girolamo Savonarola (1452-1498) de extraordinaria sensibilidad que fue quemado públicamente en la Piazza Signoria de Firenze, por su faceta de predicador, escritor y político contra los vicios dominantes. En la peana del monumento dedicado en Ferrara su ciudad natal está escrita su personalidad. “In tempi corrotti e servile dei vizi e dei tiranni flagellatore” (En tiempos corruptos y serviles de vicios y de tiranos flagelador)

 La escritora Oriana Fallaci (1929-2006), decía: “Sigo sin comprender el poder, pero comprendo a quien se opone al poder, quien censura al poder, quien replica al poder, y sobre todo, a quien se rebela contra el poder impuesto por la brutalidad. La desobediencia hacia los prepotentes la he considerado siempre como el único modo de usar el milagro de haber nacido”.

 Es por tanto trascendental la organización social de la población como sujeto fundamental de la urbe portador de derechos inalienables a su condición de ser humano. Hay que acabar con esta apatía sensorial instaurada últimamente. La comodidad conservadora y una perezosa complacencia han propiciado una inconsciente, pero voluntaria, renuncia reivindicativa. Una sociedad pasiva que no actúa ni opina se oprime a si misma por lo que es necesaria una cultura de la responsabilidad frente a este pasado y al futuro. La indiferencia es una concesión a la imposición.

 La resignación es la autoinmolación de la iniciativa personal y colectiva que admite como asumibles todos los dictados de la oligarquía del poder, que casi siempre sólo se representa a sí mismo, aunque utilice unas siglas, de muy variado signo y denominación, pero significativamente similares en su actitud, que son referencia ideológica de muchos más capturados por supuesta afinidad.

 En todas estas circunstancias es lamentable la domesticación de la clase intelectual atrapando a demasiados profesionales y personalidades que sufren repetidos apagones sensitivos. Arquitectos, urbanistas, escultores, pintores, fotógrafos, poetas, compositores, escritores, historiadores, filósofos, sociólogos, etc. que tantas veces han utilizado la ciudad como un escenario referencial de sus obras han perdido su habitual tradición liberal y artística de anticipación olvidando la relevancia de su criterio.

 Hace ya tiempo que se mantienen en perpetua inhibición. Padecen una epidemia de temor expresivo, por si no les dan algún encargo, premio, o distinción. El silencio destruye los tejidos sensitivos. Mientras tanto, la sagaz extirpe política hace su ciudad, más bien deshace, que es la de todos. Los que luchan contra el orden establecido pueden incluso morir en el empeño, pero los que lo aceptan ya están muertos

 Por todo ello, las actitudes de reivindicación y amparo del patrimonio monumental en todas sus versiones son acciones en legítima defensa de esencial interés social y cultural que, por las repercusiones económicas e implicaciones políticas a las que afectan, fáciles de suponer, pueden calificarse como actividades de alto riesgo profesional. Pero merece la pena asumirlas. Algún día algunos se darán cuenta que sirvieron para que nuestros lugares y ciudades sigan siendo como fueron, coherentes con su historia e identidad, en suma con sí mismas.

 

Iñaki Uriarte

Arquitecto

Bilbao, 1 diciembre 2013

Conferencia impartida en el auditorio del Museo Guggenheim de Bilbao, 22 de diciembre 2013, a las 12 horas

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