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APUDEPA

La casa de Pradilla, por Carlos Bitrian Varea

La casa de Pradilla, por Carlos Bitrian Varea

Artículo publicado en Heraldo de Aragón en su edición de 4 de diciembre de 2012.

Villanueva de Gállego, Aragón y el mundo entero han perdido el lugar memorial en que se había proyectado históricamente la admiración y el cariño de un pueblo hacia uno de sus genios artísticos. Unos brutos sedientos de suelo han lanzado sus máquinas contra una casita de pueblo, una arquitectura modesta y adorable, de tapial y cal, de medidas humanas y carácter popular, una de esas construcciones radicales, de las que ya no abundan, decididamente hechas para la vida humana y no para ganar dinero a espuertas. Una casa de cuando las casas eran principalmente eso, y no mercancía de traficantes de espacio, de piratas de tierra firme acostumbrados a levantar el teléfono para remover cualquier barrera que el bien común pueda poner en el camino.

La casa ahora derribada estaba estructuralmente bien e incluso presentaba buen aspecto. Con arreglos mínimos hubiera podido dar nuevo cobijo al habitar humano, y los vecinos hubieran podido seguir reconociéndola como elemento destacado de su memoria colectiva. ¿Quién podía estar interesado en interrumpir tan pacífica, útil y benéfica existencia? Quien no viera valor en ella, supongo. ¿Y quién no puede ver valor en una casa? Quien no vea la casa, tal vez. Quien vea otra cosa, como dinero. Me parece triste, pero no ilógico, que una sociedad como la nuestra que ha basado buena parte de su sistema económico en la explotación del suelo haya requerido conformar unos hábitos mentales que operan misteriosamente sobre la casa negándole su naturaleza de casa, sustrayendo sus cualidades protectoras, simbólicas y ambientales para sustituirlas por puro valor de inversión y cambio. Si esto ha sido así desde hace mucho tiempo, sorprende que en un país que vive ahora dramáticamente las consecuencias de la gran operación especulativa (por ejemplo en forma de injustos y fraudulentos deshaucios) siga pasando inadvertido el verdadero valor de una casa. Pero los hábitos mentales no cambian tan rápidamente como la situación económica.

Supongamos ahora que la casa de Pradilla no era de Pradilla. Que no había sido reiteradamente distinguida con las atenciones de las instituciones y con el cariño del pueblo. Supongamos incluso que no había placas en la fachada y que don Félix Cativiela no había tenido la generosidad de ofrecer sus bienes para la creación de un espacio sobre el gran pintor. Con todo ello, la casa seguiría siendo una morada construida a la manera tradicional del valle del Ebro por manos desaparecidas hace más de doscientos años y, por tanto, un patrimonio valioso para la vida humana. Nuestro patrimonio es lo que habitamos cotidianamente, y desde luego está sujeto a cambio, pero debe ser un cambio guiado por el bien común y no por la ambición de los Midas contemporáneos, que recalifican lo que tocan.

Pero lo cierto es que la casa era, además, el hogar natal de Pradilla. Su destrucción ha sido un duro golpe para el patrimonio aragonés que Apudepa ha tratado de evitar hasta el último momento. Lamentablemente, sola como ha estado, no ha podido conseguirlo. Además de fruto de la codicia, el derribo ha sido un gran acto de complicidad y cobardía política. La instancia oficial presentada por Apudepa el 9 de noviembre no fue atendida por Patrimonio en toda una semana, pese a que por la notoria urgencia fue presentada en su mismo Registro. El mismo día 15 Apudepa alertó telefónicamente del derribo al Ayuntamiento y al Gobierno sin conseguir reacción alguna. Cuando estas dilaciones “mortales” para el patrimonio se han producido en otras ocasiones (porque ya se han producido) ha podido pensarse que se trataba “simplemente” de manifiesta incompetencia gubernamental. El caso de la casa de Pradilla, por los diversos ingredientes y las graves contradicciones existentes, no resulta tan claro. El Gobierno debe explicar qué ha ocurrido y por qué una instancia urgente ha tardado una semana en ser atendida. Las Cortes han de investigar lo sucedido y, al depurar responsabilidades, deben ser analizados los fallos administrativos en la protección del patrimonio. Ello es necesario para la conservación del legado histórico, aunque lo que todavía es más importante es comenzar a trabajar para que una nueva reflexión sobre el espacio lo comprenda como cobijo del individuo y como lugar del bien común, y para que la casa vuelva a aparecer ante nosotros como una casa, aunque jamás ninguna podrá ser ya la de Pradilla.

Carlos Bitrián Varea es presidente de Apudepa.

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